Los
acontecimientos alternos de los Equinoccios y Solsticios, sientan los tiempos
del descenso del turnante cósmico rayo Cristico, a este planeta.
Este Trabajo Cósmico tal, también señala los necesarios cambios en la existencia del planeta
como cuerpo cósmico del grande y maravilloso espíritu de Cristo.
Equinoccio
de Otoño, inicio del descenso también, de las fuerzas vitales en los reinos,
oleadas de vida evolucionante, minerales, vegetales, animales y humanidad
terrestre.
Son las tres últimas quienes dan señales de la caducada fuerza
vital, en esta estación.
La
evolución no se detiene, tanto en el microcosmos como en el macrocosmos.
Cristo,
en base a centrado doloroso sacrificio de amor, inicia su retorno, para
continuar su trabajo transformador, purificando cuerpo de deseos planetario y
en este proceso, liberar del cerrojo mortal cristalizante de tales deseos, a
todo espíritu humano, dándole la oportunidad de mejores aspiraciones.
Todo
cambia, todo se transforma y la evolución de la humanidad en su gran triste
mayoría, en base a una negativa personalidad que mantiene secuestrado a quien
le da sustento, el espíritu interno, se aferra cada año con mayor perversidad,
a toda clase de impulsos inferiores, arrastrando al ser interno, y con ello se sufren consecuencias ya sea por desconocimiento o sabiendo falta de aplicación en de su debilitada voluntad.
No
es nada extraño que tanta negatividad generada y acumulada por esa personalidad de la que se habla,
repercuta en estrato inferior terrestre sensible, que originara la necesidad de
un cambio forzado en el planeta, que al albergar todos los deseos bajos que se generan arrojara un saldo doloroso, sobre esta irrefrenable
persona humana terrestre, al que poco le importa el trabajo en el desarrollo de la Luz Interior.
Triste
y dolorosa lección habrá de recibir; única en apariencia forma de aprender y
desarrollar conciencia. Si esto es cierto, en casi la totalidad de confundida esta la humanidad.
Sin
embargo, islotes humanos en el océano embravecido pasional, son bases
alentadoras de un cambio; entre esos están los Estudiantes de las Enseñanzas
Rosacruces auténticas cristianas. ¿Podrán hacer la diferencia entre el océano
humano trasegado y los islotes de regenerada consiente humanidad?
La
pregunta está planteada, la respuesta está en la voluntad de cada uno de los
citados Estudiantes, quienes han adquirido conocimientos y con ello una Luz, para que se asuma con amor espiritual, sacrificio, su responsabilidad ante Dios, siendo ejemplo de vida y de Luz a sus Hermanos, que pueden
derivar en guía esperanzadora para la humanidad.
No es exigido martirio o
sacrificadas vidas, solo dar ejemplo constante de una regenerada vida, ante todo ser
humano. Valor de ellos, esperanza humana es. Dios fortalezca la interna
espiritual voluntad de cada Estudiante.
El Primer Servicio para cada uno de la humanidad es alabar y adorar al Ser-Divino en el interior de cada ser. Fijando la
atención externa de la mente, de este modo, sobre el Único dador de toda
cosa buena que podamos recibir, elevaremos la mente hasta la completa aceptación de la ‘Suprema y Conquistadora Presencia’, anclada
dentro de la forma humana, que después de todo es divina. Si en el servicio del hombre para con su prójimo, se olvida de mantener
su atención enfocada sobre la "Fuente Suprema" de Amor, Sabiduría y Poder,
entonces ha fallado en ese servicio, en un alto grado.
Si en la búsqueda de cosas con los sentidos externos, uno llega a estar
tan ocupado, que su atención consciente se enfrasca en la manifestación, en
lugar de la "Presencia Suprema" que la produce, entonces, de nuevo, ha
perdido el rumbo”.
Que
el reintegrarse de Cristo Salvador, en
esta densa física materia planetaria, cuyo acto le representa una cósmica
crucifixión, sea el motivador impulso que despierte del letargo a cada
uno que comprenda estas lineas y sea un ejemplo a seguir.
En
amorosa gratitud a quienes en los diferentes Centros y Grupos en el mundo, trabajan sinceramente y me brindan la oportunidad de ofrecer esta humilde colaboración.
Centro de Estudios de la Sabiduría Occidental
Rafael Iñiguez Herrera