La Cima Espiritual del Hombre
Lo esencial no está en ser poeta, ni artista, ni filósofo.
Lo esencial es que cada uno de nosotros tenga la dignidad de su trabajo, la alegría de su trabajo, la conciencia de su trabajo.
La determinación de hacer las cosas bien, el entusiasmo de sentirse satisfecho, de querer solamente lo que es suyo, es la recompensa de los fuertes, de los que tienen el corazón robusto y el espíritu limpio.
Dentro de los sagrados números de la Naturaleza, ¡ningún trabajo bien hecho vale menos, ninguno vale más!
Todos somos de alguna manera necesarios y valiosos en la marcha del mundo.
El que construye la torre y el que hace la cabaña; el que teje los mantos imperiales y el que confecciona las vestimentas sencillas del humilde trabajador; el que manufactura las sandalias de sedas imponderables y el que fabrica las rudas suelas que defienden los pies del trabajador rural, todos valen algo, porque todos estamos nivelados por esa fuerza reguladora que reparte los dones e impulsa las actividades.
Un grano de arena sostiene una pirámide y la hace derrumbar; un trozo de pan duro salva, o puede destruir una vida; una gota de agua hace marchitar o reverdecer un laurel. Todos somos algo, representamos algo, hacemos vivir algo, anhelamos algo.
El que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo vale tanto como el que planta la semilla que nutre nuestro espíritu porque, en ambos trabajos, hay lo trascendente, lo noble y lo humano que hace dilatar la Vida. T
allar una estatua, pulir una joya, percibir un ritmo, animar un cuadro, son cosas admirables. Volver fecunda la heredad estéril y poblarla con árboles y manantiales, tener un hijo inteligente y hermoso, y luego pulirlo y amarlo, enseñarle a desnudar su corazón y a vivir en armonía con el mundo, ¡esas son cosas eternas!
Que nadie se avergüence de su trabajo, ni repudie su obra, si en ella puso el afecto diligente y el entusiasmo fecundo. Que nadie envidie a quien sea, porque nadie podrá ofrecerle el don ajeno ni retirarle el suyo propio.
La envidia es la carcoma de las maderas viejas y podridas y NUNCA DE LOS ÁRBOLES SALUDABLES.
Que cada uno ensanche y eleve lo que es suyo; defiéndase y escúdese contra toda mala tentación.
Dios nos da el pan nuestro de cada día, en la satisfacción del esfuerzo legítimo nos ofrece la actividad y el sosiego.
El triste, el malo, el dañino, es seco de alma; el que niega todo es incapaz de admirar y de querer.
El nocivo es el necio, el inmodesto, el bobo, el que nunca hizo cosa alguna de valor, pero que siempre está listo para censurar todo y a todos.
El que nunca fue amado repudia el amor, pero el que trabaja, el que gana su pan de cada día y sabe nutrir su alegría, el justo, el noble, el BUENO, para esos sacudirá el porvenir sus ramajes cubiertos de flores y de rocío, ya ande escalando montes o cincelando poemas.
¡Que nadie se sienta menos de lo que es!
¡Que nadie maldiga a quien sea! ¡Que nadie desdeñe lo que sea! La cima espiritual del hombre se alcanza con el regreso y el abrazo de las cosas humildes.
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