LA JUSTICIA
Los hombres son esclavos de sus leyes y les encanta quebrantar la justicia.
La justicia es un arte, cuyo fin es libertar al hombre de las ligaduras de las leyes, pero el hombre es un mal artista que traduce el poder de la justicia en leyes que le encadenan.
El niño construye castillos de naipes con paciencia y cuidado y cuando termina los derrumba con un soplo, seguido de una estrepitosa carcajada.
La ley de los hombres es un taller que fabrica yugos pesados para la cerviz de los débiles.
La ley es la espada del héroe que mata a millones; es el hacha del verdugo para aquél que vengó el honor de la hija engañada o de la esposa seducida.
La ley de los hombres es la fuerza del tirano, y la justicia es la obediencia débil.
Los cráneos de los muertos son las pesas del fuerte en la balanza de la justicia humana.
La ley debe ser la sombra de la justicia, pero cuando el sol está en el cenit.
El hombre no busca la sombra de la ley sino cuando el sol está en el crepúsculo, para trazar su justicia, sobre la tierra, con mayor tamaño.
Quien graba con la mano una ley injusta, sobre su propio corazón, no podrá borrarla sino cuando la hoguera reduzca su corazón a cenizas.
Al arrancar la injusticia de la mente humana, no se la debe trasplantar al corazón.
Hay cinco justicias para los cinco sentidos del hombre:
La justicia ciega es la que golpea el futuro con el látigo del pasado y castiga al hijo por la culpa del Padre
La justicia sorda que quiere hacer del tirano un eco del Poder y del rico ignorante una copia del sabio.
La justicia muda que sin hablar, inclina el pulgar hacia abajo, para matar al caído y extinguir al débil.
La justicia constipada que huele la hipocresía y la llama diplomacia; a la debilidad la llama suavidad.
Y por último, la justicia sin tacto que encadena al mundo moderno con las leyes del antiguo.
La justicia es hija del dolor: sólo puede administrarla aquél que se baña diariamente con la sangre del corazón.
La justicia es el río de la vida: sólo puede contemplarla aquél que yace sentado en la orilla de la Eternidad.
Los legisladores no oyen el grito del miserable porque sus oídos están ensordecidos por el ruido de las leyes; solo el dolorido, el crucificado por la culpa ajena, puede formar de su cruz una balanza justa y fiel.
El hombre que yace en la luz negra, no puede ver a la justicia sentada en la obscuridad luminosa.
Aquél que no suspira con el afligido, no puede oír el grito de sus entrañas.
Aquél que no llora con el infeliz no puede lavar con las propias lágrimas sus heridas.
En una fuerza que debemos asignarle un lugar considerable en la armonía que regula las fuerzas de la Naturaleza, y asimismo el Destino del hombre.
El motor principal que mueve esa singular y abstracta pero positiva fuerza, es la Fe. Hombre sin fe, hombre sin voluntad.
Todos los grandes iniciadores o innovadores, así en las artes como en las ciencias, en la Filosofía y en la Religión, han sido hombres que se han distinguido por su fuerza de voluntad extraordinaria, que no han cejado ni un momento hasta que vieron prevalecer sus nuevos puntos de vista, rechazados tenazmente por los prejuicios de sus contemporáneos.
Si esa fuerza de voluntad no va regida por la conciencia que responda a altos designios del mundo, a superlativos estados ideales del bien Universal, es de la más peligrosa; hay hombres de ciencia, gobernantes etc., que se convierten en verdaderos verdugos de la libertad de los pueblos, que hacen uso de esa poderosa fuerza de voluntad, que se convierte en negra potencia de la más negativa, retrógrada y maléfica de poder.
La voluntad bien firme y bien dirigida es una fuerza preciosa y admirable, mal cultivada por el hombre cuyo nivel moral es bajo, aunque sea un científico, un hombre de alta investidura, se presta para grandes abusos.
El que así procede, tarde o temprano pagará con creces esos abusos, no debiendo achacar a nadie sus sufrimientos porque habrá sido la cosecha de su propia siembra.
El hombre sin Fe en altos ideales, diabólico en su pensar y sentir, con potente fuerza de voluntad y que diga:
Yo quiero, puede hundir al mundo.
Saber elegir es la consigna para la Inmortal conciencia.
La Paz del presente y del futuro de cada ser y del mundo depende del juicio que pongamos en elegir el Verdadero Sendero...
Jorge Adoum (El Mago Jefa)
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